Arzobispo de Santa Cruz alza la voz sobre temas políticos pero guarda silencio cómplice ante el escándalo de abusos de menores del sacerdote jesuita Luis Roma

En su homilía dominical del 23 de junio, monseñor Leigue abordó cuestiones de la realidad política de Bolivia, pero evitó mencionar los atroces abusos cometidos por Roma y la complicidad de la Iglesia en encubrirlos.

Santa Cruz.- El domingo 16 de junio, un estremecedor reporte expuso los abusos cometidos por el sacerdote jesuita Luis María Roma Pedrosa, conocido como Lucho Roma, contra cientos de niñas indígenas en Charagua, Bolivia. El informe detalló cómo Roma ocultó pruebas incriminatorias en su residencia en Cochabamba, donde fotografías de niñas semidesnudas fueron encontradas entre sus pertenencias. Este descubrimiento, realizado en marzo de 2019, puso al descubierto la magnitud de sus crímenes y el encubrimiento sistemático por parte de la orden religiosa boliviana. Sin embargo, una semana después de la publicación de estos horrorosos detalles, el arzobispo de Santa Cruz, monseñor René Leigue, permanece en silencio, ignorando el clamor de justicia de las víctimas y sus familias.

En su homilía dominical del 23 de junio, monseñor Leigue abordó cuestiones de la realidad política de Bolivia, pero evitó mencionar los atroces abusos cometidos por Roma y la complicidad de la Iglesia en encubrirlos. Este silencio ensordecedor ha desatado una ola de críticas hacia el arzobispo, acusado de dar la espalda a las víctimas y de no enfrentar con valentía y responsabilidad las fallas de la institución que representa. La comunidad espera que sus líderes religiosos sean faros de moralidad y justicia, pero Leigue ha demostrado ser más protector de la imagen de la Iglesia que de la dignidad y el bienestar de los inocentes.

La omisión de monseñor Leigue es vista como una traición a los principios de la fe que predica. Su falta de acción y de empatía resalta una preocupante desconexión con el sufrimiento de las víctimas, quienes han sido doblemente victimizadas: primero por su abusador y luego por el encubrimiento de la Iglesia. Los críticos señalan que el arzobispo tenía la oportunidad de liderar con integridad, de pedir perdón y de prometer medidas concretas para evitar futuros abusos, pero eligió el camino del silencio y la indiferencia.

La indignación pública crece a medida que pasan los días sin una respuesta contundente de monseñor Leigue. La comunidad demanda justicia y un cambio real en la manera en que la Iglesia maneja estos casos de abuso. Es imperativo que el arzobispo de Santa Cruz deje de ocultarse detrás de discursos vacíos y enfrente la realidad con el coraje y la transparencia que su posición exige. La falta de acción no solo perpetúa la impunidad, sino que también erosiona la confianza en una institución que debería ser un bastión de moralidad y protección para los más vulnerables.

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